Este miércoles, el vocero del gobierno galo, Luc Chatel, aseguró a la Radio France International que el jefe de Estado abordará el caso de esta francesa durante su estancia en la capital mexicana.
Florence Cassez fue detenida en diciembre de 2005 con su entonces novio, el mexicano Israel Vallarta. Ambos enfrentaron cargos por el delito de secuestro y delincuencia organizada. En abril del año pasado, la justicia mexicana impuso a la francesa 96 años de prisión. Hace unos días, un magistrado federal redujo la sentencia condenatoria de 96 a 60 años.
Su abogado francés, el celebre Franck Berton, quien pregona la total inocencia de su cliente, sostiene que la disminución de la pena fue posible gracias al pago de 299 mil dólares.
Los gritos de inocencia llegaron hace varios meses al Palacio del Eliseo.
Hoy el padre de Florence Cassez pidió a Nicolas Sarkozy que traiga a su hija a Francia.
La Presidencia gala apuesta por la discreción. Cuanto menos ruido se haga en torno a la francesa de 34 años, mejor será el resultado, opina el Eliseo que quiere evitar a toda costa el más mínimo intento de injerencia en asuntos judiciales de México.
Pero el Comité de Apoyo a la Mujer Encarcelada y varios parlamentarios de la Asamblea Nacional optan por un comportamiento opuesto. Denuncian públicamente lo que consideran una afrenta cometida por la justicia mexicana. Y han ido más lejos: solicitan a Nicolas Sarkozy que cancele su viaje a México.
El defensor galo de Florence Cassez, Berton, habla de “un escándalo, una vergüenza, un atentado a la vida y a la libertad”. Según el abogado, la condena en apelación reducida es “una injusticia adicional”, “una mascarada”.
El tema domina hoy la totalidad de los espacios mediáticos galos en prensa escrita, radio y televisión.
Pero ellos, esos que la defienden no conocen la otra cara de la moneda, la cara de Florence Cassez que aterrorizó a Cristina Ríos. Y que relato brevemente en una carta dirigida a la opinión publica.
A la opinión pública:
Mi nombre es Cristina Ríos Valladares y fui víctima de un secuestro, junto con mi esposo Raúl (liberado a las horas siguientes para conseguir el rescate) y mi hijo de entonces 11 años de edad.
Desde ese día nuestra vida cambió totalmente. Hoy padecemos un exilio forzado por el miedo y la inseguridad. Mi familia está rota. Es indescriptible lo que mi hijo y yo vivimos del 19 de octubre del 2005 al 9 de diciembre del mismo año. Fueron 52 días de cautiverio en el que fui víctima de abuso sexual y, los tres, de tortura sicológica.
El 9 de diciembre fuimos liberados en un operativo de la Agencia Federal de Investigación (AFI). Acusados de nuestro secuestro fueron detenidos Israel Vallarta y Florence Cassez, esta última de origen francés, quien ahora se presenta como víctima de mi caso y no como cómplice del mismo.
Desde nuestra liberación mi familia y yo vivimos en el extranjero. No podemos regresar por miedo, pues el resto de la banda de secuestradores no ha sido detenida. Hasta nuestro refugio, pues no se puede llamar hogar a un lugar en el que hemos sido forzados (por la inseguridad) a vivir, nos llega la noticia de la sentencia de 96 años a la que ha sido merecedora Florence Cassez, la misma mujer cuya voz escuché innumerables ocasiones durante mi cautiverio, la misma voz de origen francés que me taladra hasta hoy los oídos, la misma voz que mi hijo reconoce como la de la mujer que le sacó sangre para enviarla a mi esposo, junto a una oreja que le harían creer que pertenecía al niño.
Ahora escucho que Florence clama justicia y grita su inocencia. Y yo en sus gritos escucho la voz de la mujer que, celosa e iracunda, gritó a Israel Vallarta, su novio y líder de la banda, que si volvía a meterse conmigo (entró sorpresivamente al cuarto y vio cuando me vejaba) se desquitaría en mi persona.
Florence narra el “calvario” de la cárcel, pero desde el penal ve a su familia, hace llamadas telefónicas, concede entrevistas de prensa y no teme cada segundo por su vida. No detallaré lo que es el verdadero infierno, es decir, el secuestro. Ni mi familia ni yo tenemos ánimo ni fuerzas para hacer una campaña mediática, diplomática y política (como la que ella y su familia están realizando) para lograr que el gobierno francés y la prensa nacional e internacional escuchen la otra versión, es decir, la palabra de las víctimas de la banda a la que pertenece la señora Cassez.
Pero no deja de estremecernos la idea de que Florence, una secuestradora y no sólo novia de un secuestrador (con el que vivía en el mismo rancho y durante el mismo tiempo en el que permanecimos mi hijo y yo en cautiverio) ahora aparezca como víctima y luche para que se modifique su sentencia. Si lo logra o no, ya no nos corresponde a nosotros, aunque no deja de lastimarnos.
Esta carta es sólo un desahogo. El caso está en las manos de la justicia mexicana.
No volveremos a hacer nada público ni daremos entrevistas de prensa ni de cualquier otra índole (nuestra indignación nos ha llevado a conceder algunas), pues nuestra energía está y estará puesta en cuidar la integridad de la familia y en recuperarnos del daño que nos hicieron. El nuevo vigor que cobró la interpelación de la sentenciada y el ruido mediático a su alrededor vuelve a ponernos en riesgo.
Gracias por su atención
Cristina Ríos Valladares
Y no es que seamos xenofobicos, pero como dice el refran todos coludos o todos rabudos. Suficiente tenemos con el clima de inseguridad y temor generalizado en el que vivimos como para pasar por alto que gobiernos extranjeros pretendan rescatar a delincuentes.
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